domingo, 18 de enero de 2015

Atlanta V

¡Hoola, elefantes! Aquí os traigo Atlanta V, otra entrega contada desde los ojos de Belén. Aviso legal: esta será la última entrada del blog en un tiempo, o al menos eso preveo, ya que este mes no estaré muy activo. Prometo que a lo largo de febrero volveré al nivel normal de publicaciones pero de momento, esta es la última bala del cartucho.

-Todos los comensales están sentados ya, Líder – le dijo. – Eso dicen tanto Rowling como Gallego. ¿Anunciamos la lista ya?

-Tranquila, déjales cenar. Que disfruten del cordero.

-Como quieras. Pero no me gustaría cortarles la digestión después.

-Ni que fuera a sentenciarlos a muerte. Por cierto, hablando de sentencias de muerte. ¿Están ya firmadas?

-Sí, claro – dijo mientras las sacaba. – Y mi contrato también. ¿De verdad crees que habría que ejecutarles? Son unos críos.

-Son unos filoterroristas – sentenció el Líder, que sacó un bolígrafo y empezó a firmar las sentencias. – Vale, dudo mucho que ayude a nuestra imagen entre el pueblo, pero tenemos que ser implacables con los Ghosts. Uno incluso iba tatuado.

-Bueno, vale, de ese no cabe duda – un Ghost con tatuaje significaba que había participado en un atentado o un asesinato. Uno como mínimo. – Mátalo. ¿Pero los demás? ¿Cuántos años tienen? ¿Quince, dieciséis?

-El más joven, diecisiete. Con 7 años un niño ya sabe que los Ghosts son asesinos. Con diez más, ni te cuento. Me alegro de que hayas firmado el contrato – dijo el Líder Supremo, que lo firmó también, se lo devolvió y se puso de pie. Ahora se dirigía a los españoles reunidos. - ¡Muy buenas noches a todos! – dijo mientras levantaba los brazos levemente. – ¡Bienvenidos! ¡Bienvenidas! Muchas gracias por acudir a mi llamada. Es un placer estar reunido con vosotros de nuevo. Espero que la disposición de las mesas sea de vuestro agrado – sonrió. Tenía una oratoria extremadamente estudiada, por no hablar de las cientos de veces que había dado aquel discurso delante del espejo. – y que el viaje haya sido agradable. Os recuerdo a todos que tenemos tres menús diferentes y se puede elegir cualquiera de ellos libremente. ¡Que aproveche!

Los españoles aplaudieron fervorosamente. Belén los imitó y vio por el rabillo del ojo que Guillermo, a su derecha, hacía lo propio. Cuando el Líder se volvió a sentar, a su izquierda, la miró y ambos acercaron las cabezas.

-Bonito discurso. Parecías Dumbledore, pero más resumido.

-Gracias. Avisa a las agentes Gallego y Rowling. Que suban los papeles a mi despacho y vuelvan.

Belén se lo dijo por el pinganillo. Rowling contestó y empezó a subir. Gallego no. Un escalofrío recorrió su espalda. No, no era posible. Era una paranoica.

-Líder, la agente Gallego no contesta.

-Vuelve a llamarla. Que conteste. Y diles a los demás que vengan.

Y entonces el auricular empezó a pitar. Otro escalofrío.

-Líder, no hay línea.

-No puede ser. No, no, no me jodas, no. ¿Tienes pistola?

-Vengo a una cena al lugar más seguro que conozco rodeada de agentes de élite. No.

-Pues parece que no es tan seguro. Lo mejor será – empezó, y entonces todos lo oyeron. Las conversaciones se cortaron entre los comensales como si una bala les hubiera atravesado, pero las balas solo se oían fuera. Un tiroteo. Belén identificó una máquina de muerte y dos Type-25 de miembros del CSP, y otras armas cuya cadencia no conocía. Detrás de ellos, los agentes cargaron las ametralladoras y se pusieron sus cascos. El Líder se puso de pie y adoptó la expresión más relajada del mundo.

-Por favor, mantened la calma. No sabemos exactamente lo que está pasando fuera, y no tenemos cobertura: alguien la ha cortado. Por vuestra seguridad, os pido que os metáis debajo de las mesas y mantengáis la calma. Las puertas están blindadas y nos protegen agentes de gran experiencia.

Para sorpresa de Belén, obedecieron. Todos. Hasta Eloy Palacios, con fama de ser bastante rebelde hacia la autoridad (al menos en la escuela) se agachó y se colocó entre las patas de la mesa. Pero ella hizo caso omiso. O eso pretendía, hasta que Guillermo salió de su refugio y la metió debajo de la mesa a rastras. El tiroteo seguía fuera, cada vez menos intenso. Uno de los bandos estaba fallando.

-¿Qué crees que haces ahí fuera? Mete al flipado este, anda, que todavía se lo cargarán.

-Es tu Líder. No le insultes.

-Le estoy calificando. Soy su amigo y paso de que se lo ventilen estos fantasmas por tenerle tan a tiro. Con un francotirador potente, se cargan una ventana y hacen blanco a la primera. Y sin ser expertos tampoco – y Belén comprendió por qué Guillermo sería propuesto como Secretario de Estado de Defensa.

Belén asomó la cabeza fuera y le llamó tirando de la camiseta. El Líder se agachó y entonces se fue la luz. Sonó una explosión al otro lado de las puertas dobles, que volaron por los aires. Se oían chillidos de terror y maldiciones, en español y en inglés. Los disparos volaron de entre el humo que salía de la entrada. Un agente se derrumbó tras ellos.

Y entonces entraron los Ghosts.

viernes, 9 de enero de 2015

Atlanta IV

¡Hola a todos, elefantes! Hoy traigo el cuarto capítulo de Atlanta: ¡recordad que esta vez cambiamos de punto de vista!

Se pasó el pintalabios, se puso rímel y se pintó las uñas. Su peluquera le hizo un peinado espectacular, como la ocasión merecía. Luego escogió un vestido acorde, uno impresionante, regalo del Líder por su cumpleaños hacía años. Escogió unos tacones a juego y metió el teléfono en el bolso. Algo se le olvidaba. El perfume. Puto perfume. ¿A qué clase de persona se le había ocurrido que había que oler a rosas en vez de a ser humano?

Pero no había otro remedio. A no ser que estuviera en casa tranquilamente o se reuniera con el Líder (que también renegaba de aquel meado de gato) tenía que echárselo. Una regla de la sociedad bastante estúpida, a su juicio. Como tantas otras.

El chófer la esperaba en la puerta. Cada uno de los nuevos edificios del Complejo Elefante era la sede de una Secretaría de Estado, e incluía toda una planta como residencia oficial de los Secretarios de Estado. En su caso había pedido la más alta. Al lado del cielo, con aquellas vistas que la enamoraban. Su edificio era el Palacio Rojo, que estaba a menos de cien metros del Palacio del Elefante, pero el Líder se empeñaba en ponerle un chófer para ir hasta él y volver. Decía que por seguridad. Y no le faltaba razón.

En el ínfimo trayecto releyó el documento que llevaba para el Líder Supremo, firmado y sellado. Aquel documento le producía sentimientos encontrados. Le gustaba el cargo que ostentaba, pero un contrato vitalicio no tanto. Algún día se cansaría, bueno, o no. Pero el Líder quería que firmasen todos un contrato de por vida. Tenía cierta lógica: no quería cambiar de equipo de gobierno mil veces, como le había pasado a su padre. Pero bueno. De momento ella estaba conforme.

Cuando llegó al Palacio se percató de la cantidad de limusinas que se apiñaban a la entrada. Seguro que todos los españoles estaban allí. En la República Unitaria de Georgia había cerca de treinta (¿Treinta y dos? ¿Treinta y cuatro? Bah, daba igual) familias cuyos ancestros habían dirigido al ejército del primer Líder Supremo, Guillermo el Conquistador, cuando huyendo de la Guerra Civil Ibérica se había refugiado en el sureste de los antiguos Estados Unidos de América. Guillermo había conquistado buena parte de la costa atlántica de Georgia primero, y luego Georgia, Virginia y Carolina. Su hijo Rainiero el Grande había conquistado Luisiana y Florida y había sometido a la resistencia, los llamados Ghosts.

El tercer Líder había sido Alejandro el Débil. Su nombre lo decía todo. Durante su mandato los Ghosts se habían reorganizado, matando a más de treinta españoles y cientos de nativos colaboradores con el régimen. Habían conseguido incluso organizar revueltas en las ciudades más grandes, así que el Líder Supremo había enviado allí a los españoles, para frenarlas y calmar los ánimos. Pero entonces el gobierno central quedó plagado de nativos y los españoles fueron relegados a un segundo plano. Sólo su familia se había quedado junto al Líder, con su padre como Secretario de Estado de Interior. Luego los Ghosts habían matado al presidente y a su padre le había dado un infarto. Y ahora tenían nuevo Líder Supremo.

Belén conocía al presidente desde el colegio. Habían ido juntos a clase, desde la guardería, y cuando todos los demás españoles se habían ido, sólo habían quedado ellos. Eran amigos íntimos, con una compenetración perfecta. Pensaban lo mismo, decían lo mismo, les gustaba lo mismo… nunca había problemas entre ellos. Nunca discutían. Lo único en lo que discrepaban era en la música, pero aquello eran “daños colaterales”. Sobre todo, tenían los mismos ideales políticos. Aquello era importante, sobre todo formando parte del mismo Ejecutivo.

El chófer le abrió la puerta y bajó, con el bolso en una mano y la carpeta en la otra. Estaba en el extremo de una alfombra roja que llegaba hasta la puerta y que estaba siendo recorrida por un hombre de pelo castaño. Guillermo Mijares-Vilariño, que había acabado en Charlotte cuando todos los españoles se habían ido, había sido de los primeros convocados. En el colegio habían sido amigos, así que lo llamó a voces.

-¡Guillermo! ¡Guillermo!

-No hace falta que le llames como a los perros, que está atendiendo a la prensa – dijo una voz familiar.

-Te has dignado a venir.

-Coño, si quieres me quedo en casa. Yo también me alegro de verte.

-Pues yo no.

-Buffff…sigues igual de repelente, ¿eh?

-Señora Sánchez-Centeno, señor Palacios, dejen ustedes de discutir – dijo otra voz. Esa no es que fuera familiar. Es que la oía todos los días.

-Líder Supremo – dijeron los dos al unísono.

-Bienvenidos los dos. Vamos con Guillermo. Sois de los últimos.

-Pues como siempre, no sé qué te esperabas de esta.

-¡Oye! – rió Belén. Lo malo era que tenía razón.

Se reunieron con Guillermo a lo largo de la alfombra y, charlando, llegaron juntos a la puerta. El vestíbulo estaba lleno de gente de su edad, casi todos españoles, dirigidos como ovejas hacia un gran salón. Había al menos 40 personas, y a la mayoría los conocía del Colegio Hispánico de Atlanta. Los demás, dedujo, serían maridos y esposas de algunos de los españoles.

Entraron juntos al Comedor de Marfil y enfilaron hacia la mesa principal, que era su lugar asignado. Por el camino se les unieron varios más. Belén los conocía a todos. Los agentes del CSP cerraron las puertas del comedor, y Belén tomó asiento a la derecha del Líder Supremo, con Guillermo al otro lado y una hilera de agentes de élite del Cuerpo detrás. Desde aquella mesa se veía sobradamente a los demás comensales, sentados con su ropa elegante, frente a elegantes manteles bordados, con copas de finísimo cristal, platos bellamente adornados.

Y oliendo a perfume.

domingo, 4 de enero de 2015

Atlanta III

¡Y con esta entrada, queda cerrada la primera parte de Atlanta! En la siguiente cambiaremos de punto de vista, ya que para esta historia contaremos con varias perspectivas, es decir, varios puntos de vista. ¡Disfrutadla!

Lo primero que impresionó a Julia del despacho presidencial fue la luz. A lo largo de su vida había pasado por muchos despachos: por el del difunto Líder, por el del director de su colegio, por la mitad de despachos de los edificios administrativos de Macon. Pero no había estado en ninguno tan iluminado como aquel. La pared que tenía enfrente, la que estaba detrás de la mesa del presidente, era de cristal enteramente. Cristal blindado, seguramente, pero cristal. La luz solar entraba a raudales e iluminaba todos los rincones. Del techo colgaba una enorme araña de cristal que también reflejaba los rayos de sol.

Tampoco había estado nunca en un despacho tan grande. Aquel era de al menos 80 metros cuadrados, tanto como todas sus habitaciones en la casa de Macon. El techo estaba alto, al menos cuatro metros, y era del mismo color que las paredes: blanco. El despacho tenía forma rectangular. Las paredes laterales estaban forradas de estanterías con libros, archivadores y miles de folios. En una esquina había un tocadiscos con al menos medio centenar de álbumes en un mueble a su lado. En otra, una puerta cerrada que probablemente diese a un baño.

El centro del despacho lo ocupaba una mesa de madera negra, enorme y alargada. A un lado, el enfrentado a la puerta de la habitación, había una silla de oficina. Al otro, dos sillas de madera acolchadas. Encima de la mesa había dos ordenadores portátiles, una pila de folios, varios cuadernos de cuentas abiertos, una lámpara art-nouveau, una maceta de cristal con una orquídea en flor y un huevo de Fabergé. También un vaso lleno de algún licor marrón oscuro y un teléfono móvil y otro fijo.

El presidente estaba de pie, de espaldas a ella, mirando por la ventana el espectacular paisaje que se abría ante él. La ventana no daba a Atlanta, sino al lado opuesto: las Montañas Rocosas, con sus bosques de pinos y sus cumbres blancas. El Líder Supremo, de al menos dos metros de alto, vestía un traje negro, con el pelo también negro y salvaje hasta los hombros.

-Date la vuelta, Julia – dijo.

Ella obedeció. No sólo la puerta rompía la monotonía de la pared blanca. A la derecha había un enorme cuadro, de más de dos metros de alto y ancho, en el que cuatro niñas con mandiles blancos posaban en el salón de su casa, junto a dos jarrones blancos y azules de gran tamaño y una alfombra azulada. A la izquierda, había otro cuadro, más pequeño, que mostraba un campo de amapolas con varias personas paseando. Al cuadro, pintado al estilo impresionista, le escoltaban dos grandes fotografías de actrices que llevaban siglos muertas. Sólo supo reconocer a Audrey Hepburn.

-A veces es bueno darse la vuelta. Nunca sabes lo que dejas de ver por no hacerlo. Son Las Hijas de Edward Darley Boit, de John Singer Sargent, y Amapolas en Argenteuil, de Claude Monet. Los dos cuadros originales, pintados hace más de un milenio. Me parece increíble que hayan perdurado, y todo un honor tenerlos aquí. ¡Dos de mis tres cuadros favoritos! Algún día sabré cual es el tercero - rió. - Y a las chicas de las fotos supongo que las conoces.

-Sólo a Audrey.

-La otra es Grace Kelly. Es mucho menos famosa, ciertamente. Pero es mi favorita. Las dos muertas también desde hace milenios. Y sin embargo, Desayuno con Diamantes me sigue fascinando.

-Es una película excelente, sin duda.

-Sin duda – sonrió. – ¿Quieres sentarte?

-Gracias – cogió una de las sillas y se sentó. El presidente se volvió y también se sentó, pero no al otro lado de la mesa, sino a su lado. Entonces le vio la cara. Tenía la piel oscura, acorde con sus ojos, y una nariz bastante grande. Toda su expresión facial estaba muy levemente desviada hacia la izquierda, al igual que sus gestos. Un par de lunares y una cicatriz a lo largo de la mandíbula del lado derecho adornaban su cara. Tenía unas manos de dedos largos y uñas mordidas. Muy mordidas. Las venas se le marcaban bastante en la muñeca, así como los huesos del brazo. La cicatriz no era nueva; las uñas sí.

-Dejemos los preliminares. Tutéame. ¿Cuántos años llevamos sin vernos?

-Creo que doce. Has crecido mucho, Líder Supremo.

-Y tú, Julia. ¿Qué tal tu familia?

-Maravillosamente. Seguimos siendo cuatro, así que…

-¿Y tu marido? Porque estás casada, ¿no?

-Lo estoy. La última vez que le vi fue esta mañana, antes de venirme.

-Espero que antes de la cena vuelvas a verle. Julia, dejemos esta charla para otro momento. De verdad, estaría hablando de nuestras familias y de cómo han cambiado nuestras vidas durante horas, pero hay un tema más urgente sobre la mesa. Sabes que he estado llamando a todos los mayores de las familias principales.

-Para qué negarlo. Sí.

-Y seguro que te ha sorprendido mi llamada, puesto que tu familia no es de la primera línea de la nobleza.

-Has dado en el clavo.

-Bien. Julia, ya está bien de nativos incompetentes que se llevan lo que es de los españoles. Cuando mi bisabuelo conquistó Georgia, no fue para esto. Vivimos en una república bananera llena de pobreza, corrupción, analfabetismo, inestabilidad, insalubridad y hambre. Voy a empezar de cero. Y lo primero es disolver el Ejecutivo y nombrar uno nuevo. Si os he llamado es para decidir quiénes deberían estar en él, y quiénes deberían regir las provincias, porque ya estoy harto de estadounidenses. Belén me ha dicho que estás en Macon.

-Así es.

-¿Qué opinas de la gestión de los Abella?

-Creo que hicieron lo que pudieron con lo que tuvieron. Macon es una cuidad horrible, pero al menos no ha empeorado desde nuestra llegada.

-He pensado que Mer sería una buena Secretaria de Estado de Organización Territorial. Viendo sus cualidades y su interés por la materia, considero este cargo perfecto. ¿Coincides?

-Coincido. ¿Y Loga?

-Secretaria de Estado de Cultura. Me parece bastante apropiado.

Julia lo dudaba. Había cargos mejores en el gobierno que aquel para Loga. Quizás...

-Si me permites el consejo, la veo mejor en Educación. Dices que el analfabetismo es un problema. Bueno, yo la veo a ella luchando día y noche para evitarlo. No lo soporta. O si no, en algún cargo dedicado a la igualdad.

-Me parece bien. Julia, una cosa más. Esta mañana han sido capturados tres adolescentes, de como mucho dieciocho años, pintando el emblema de los Ghosts en un callejón de Atlanta. ¿Qué hago con ellos? Loga dice que los deje ir. Mer que los obligue a pagar una multa. ¿Qué dices tú?

-Yo los fusilaría delante de la pared del callejón. Que se borre ese símbolo con su sangre. Por jóvenes que sean, están haciendo apología del terrorismo, y creo que hasta mi sobrina, que tiene 7 años, sabe quiénes son esos salvajes de los Ghosts.

-Gracias, Julia. Esta noche cenaremos todos los españoles de nuestra generación juntos. No faltes. El agente Larson te espera para escoltarte a tu habitación. Buenas tardes. ¡Ah! Sal por esa puerta - señaló a la pequeña puerta de la pared lateral.

-Buenas tardes, Líder.

Julia abrió la puerta y vio unas escaleras que bajaban. Justo antes de cerrar la puerta, oyó al Líder decir "Sandra Salvatierra". A Sandra solo la conocía de vista. Pero parecía agradable.

-Señorita Prieto, sígame, si no le importa. Soy el agente Larson.

Y mientras el señor Larson la llevaba a su cuarto, donde ya habían llevado su equipaje los miembros del servicio, Julia dio vueltas a la idea de formar parte del gobierno. Ojalá. Ojalá el presidente la incluyera. Ojalá como Secretaria de Estado. Ojalá.

viernes, 2 de enero de 2015

Atlanta II

Julia, María y el señor Carroll bajaron del aerotransbordador. Alicia lo llevó hasta el hangar mientras ellos recorrían la zona de llegadas. María – Mer, Julia, la llamábamos Mer en el colegio – y Lewis charlaban animadamente, pero ella seguía pensando en lo que habían visto desde el aire.

La mayor parte del viaje había sido montañas, bosque y aldeas sueltas. Ninguna lo suficientemente importante como para que Julia recordase su nombre. Pero al llegar a Atlanta, el paisaje había cambiado. Y mucho. La Atlanta de su niñez había sido una ciudad con bastante población, algo menos de 8 millones de personas, en la que se podía separar el centro histórico, donde vivía la burguesía, de un ensanche construido alrededor para las viviendas de la gente de menos recursos y la industria. Además, cerca de la ciudad pero alejado lo suficiente como para considerarlo en las afueras, al otro lado del río Eleanor, estaba el Palacio del Elefante, con sus enormes jardines: la residencia de los dos primeros Líderes que el tercero había cambiado por el rascacielos en el que le habían volado la cabeza.

Ahora ya no. En 12 años, la ciudad se había vuelto un caos. Había leído algunas noticias sobre su rápido crecimiento, pero aquello no era crecimiento. Era un absoluto desmadre. Podía decirse que a la ciudad de su infancia le habían salido tumores, enormes barrios marginales con chabolas e industrias por doquier que llegaban tranquilamente hasta el río Eleanor, pero curiosamente se desparramaban contra él en lugar de cruzarlo. El tráfico era infinitamente mayor, así como la contaminación. No se veía una sola zona verde. Preguntó al señor Carroll el número de habitantes de la ciudad y la respuesta la dejó helada. 80 millones de personas. Más de 70 se apiñaban en aquellos barrios insalubres. Julia se quedó horrorizada.

Para su sorpresa, vio que el aerotransbordador se dirigía al Palacio del Elefante. Este también había cambiado. Pero para bien. Cuando ella era pequeña, era solo un complejo palaciego abandonado y sin mantenimiento. Los jardines parecían casi una jungla. El edificio seguía siendo imponente, pero sin duda no alcanzaba todo su esplendor.

Ahora sí. El nuevo Líder había restaurado y ampliado los jardines, triplicando su extensión. Había repintado el edificio, reparando el tejado y asfaltado los caminos. Pero eso no era todo. Ahora, en el recinto – que Carroll llamaba “El Complejo Elefante” – había una veintena de nuevos edificios. Si bien el palacio era el mayor, y el más hermoso (a Julia le gustaban particularmente los balcones y ventanales), los otros no se quedaban cortos. Estaban construidos en el mismo estilo, un arte moderno y vanguardista con infinidad de cristaleras y paredes blancas, a diferencia del Palacio del Elefante, con su estilo neobarroco. Lo único que los diferenciaba era el color de los cristales de una aguja que sobresalía del tejado. Había una roja, una morada, una azul cielo, una amarilla, una verde esmeralda, una rosa, una naranja, una fucsia, una blanca, una negra, una marrón, una gris claro, una azul marino, una mostaza… El recinto también albergaba un enorme aparcamiento, un aeropuerto con tres docenas de hangares, un mirador desde el que se contemplaban la ciudad y sus alrededores, un cuartel militar, las oficinas del CSP y un muelle para yates. A todo el complejo se accedía por más de cincuenta puentes que lo conectaban con la ciudad, o por alguna de las cinco autopistas que llegaban desde otros lugares.

-Impresionante, ¿verdad? – le dijo Lewis. – Todo esto ha sido levantado en un año, desde que el antiguo Líder falleció.

-Impresionante, sin duda. Como el boom de la ciudad.

-El Líder tiene un plan para solucionar ese problema, señora. Y ahora les pido por favor que se preparen para el aterrizaje.

Y allí estaban, en el aeropuerto del Complejo Elefante. Un lugar espectacular, construido en el mismo estilo que los nuevos edificios, algunos de los cuales eran visibles a través del techo de cristal. Carroll los acompañó hasta la entrada, donde una limusina las esperaba. Él volvió a entrar.

-Les ruego me disculpen, señoras, pero debo viajar ahora a Miami. Alguien tiene que avisar a los Salvatierra. Ha sido un placer viajar con ustedes.

-Igualmente. Buen viaje – dijeron al mismo tiempo Mer y Julia, y ambas rieron. Luego se acercaron a la limusina, y Julia estaba montando cuando oyó una voz resonando en el hall de entrada del aeropuerto.

-¡JULIA! ¡JULIA PRIETO! ¿SALES DE MACON Y NI SIQUIERA ME LLAMAS?

Julia se echó a reír. Laura Novelli. De pequeñas habían sido íntimas amigas, y era una de las pocas personas con las que aún tenía relación. Los Novelli habían acabado en Tampa, junto a los Palacios, con los Neville (unos nativos) como casa dominante. Julia corrió a abrazarla, y Mer salió del coche y la siguió.

Después de un abrazo y un breve reencuentro, Laura les dijo que aquella era también su limusina. Al parecer el agente King, que la había traído a ella, volaba ahora a Raleigh con los de Diego.

Tras un breve aunque divertido trayecto durante el cual Laura (llamada Loga), María (llamada Mer) y Julia (sin apodos no denigrantes aún) se pusieron al día de sus vidas, el chófer (otro agente del CSP, Tolkien) las dejó en la puerta del Palacio del Elefante. En la puerta les esperaba un agente más, un hombre ya de cierta edad y regordete llamado George Martin, que las escoltó a través del edificio. Por el camino vieron que las paredes del Palacio estaban adornadas con infinidad de cuadros, tapices y esculturas, todas obras de arte antiquísimas y de un gran valor. En el camino se cruzaron con más criados y agentes, hasta llegar al ascensor.

Martin lo llamó y el ascensor número diecisiete de los ochenta que había en el edificio apareció. El agente pulsó el botón del cuarto y último piso.

-Se me ha solicitado que las deje en el despacho del Líder Supremo. Sin embargo, éste se halla en una zona de seguridad tres, a la que sólo pueden acceder agentes de su equipo personal de seguridad…o españoles. Al salir del ascensor, todo recto y luego a la derecha. Es la puerta doble de color rojo.

-Muchas gracias, agente Martin – le dijo Loga. Julia asintió para mostrar su aprobación, y al bajar del ascensor siguieron sus indicaciones. No fue necesario pasar por ningún tipo de control: los rasgos de las tres mujeres bastaban y sobraban como identificación. Al llegar a las puertas rojas, Mer se adelantó para llamar, pero no fue necesario. Inmediatamente un agente armado con un fusil y dos pistolas a la cintura les abrió la puerta, y les señaló unas butacas y una mesa. Allí no había ningún despacho. Más bien era una sala de espera.

-Parece que toca esperar – dijo Mer.

-¿Por qué creéis que nos ha llamado? Tengo la corazonada de que es para algo bueno, pero… ¿Por qué?

-Yo estoy segura de que tiene que ver con el asesinato de su padre. Por cierto, no es por preocuparos, pero desde que llamaron a Eloy, no ha vuelto a aparecer por Tampa. ¿Y si…?

La puerta de la sala se abrió y dos agentes tan acorazados como el que les había abierto entraron. Uno de ellos se adelantó.

-Señoras Prieto, Abella, Novelli…por favor, síganme. Soy el Agente Especial del CSP Nueve. Las llevaré con el presidente.

Las tres se levantaron al unísono. Al salir al pasillo, vieron a una mujer de su edad, con vestido rojo y pelo negro, que llevaba a dos secretarias cargadas de papeles y dos agentes detrás. Al pasar junto a ellas, las miró y las saludó con una sonrisa, gesto que las tres devolvieron.

-Es Belén Sánchez-Centeno. Su familia fue la única que permaneció en Atlanta con el antiguo Líder – susurró Loga. – Vino con nosotras a clase, ¿os acordáis? Ahora es la directora del CSP y de los servicios de información, Portavoz del Gobierno y Secretaria de Estado de Presidencia. Fue elegida el mismo día de la coronación. Es probablemente la mujer más poderosa del país en este momento. Por delante de la Primera Dama, incluso. Hay un rumor que dice que es la hermanastra del Líder, pero no me lo creo.

Julia tuvo repentinamente un fogonazo dentro de su cabeza. Se acordaba de ella. Sus padres habían sido íntimos durante muchos años. De lo que no se acordaba era de aquel rumor, aunque tampoco la sorprendía. Que su marido le era infiel con una criada era un rumor extendido en Macon. Y también una mentira, porque las criadas sólo trabajaban en casa cuando él no estaba. Por si acaso.

Los agentes estaban llevando a Julia y compañía hasta el final del pasillo, pasando varias habitaciones con las puertas cerradas. Una vez terminado el recorrido se encontraron con unas puertas negras dobles de dos metros de alto, custodiadas por cuatro agentes armados con pistola y sable láser. Los dos escoltas se retiraron y uno de los agentes abrió la puerta. Desde el interior salió una voz masculina muy familiar.

-María Abella, pase, por favor.

Mer entró directamente a la habitación. Un cuarto de hora después, amenizado con una charla sobre los cambios que Atlanta había sufrido, la puerta volvió a abrirse. Pero Mer no salió.

-Laura Novelli, entre, por favor.

La puerta aquella vez tardó menos en abrirse. En diez minutos, que Julia empleó hablando con los guardias sobre el funcionamiento del CSG (el saber no ocupa lugar), la puerta se abrió de nuevo. Tampoco Loga salió. Un escalofrío recorrió a Julia.

-Julia Prieto, adelante, por favor.

Las puertas del despacho del Líder Supremos se cerraron tras ella.